Realmente no fue
el final de nuestro viaje, porque después de Wadi Rum, volvimos a Ammán y, de Allí,
a Pafos, en Chipre. Pero aquí queda como el final adecuado para el viaje de
nuestro blog. Y está bien. La presencia del desierto, de la vida beduina, es
constante en Jordania. Al fin y al cabo, las ciudades allí son como oasis
aislados pero el desierto es el país, la inmensidad solitaria que lo define.
Contratamos la
estancia en Wadi Rum desde España. Nuestra opción, ajustada a nuesto presupuesto,
de una noche en el campamento de Starlight Camp, y la visita corta en jeep, nos
permitió un dia de auténtico relax (despues de las caminatas en Petra) y la
disfrutamos realmente.
Acordamos el taxi
a la salida de Petra (por 10 euros menos del precio oficial del cartel que
teníamos allí justo), recogimos las mochilas del hostal y nos acercó hasta la
misma casa de nuestro contacto del Starlight. Allí, la sorpresa fue que nuestro
conductor y guía era el “hijo” del contacto, un chavalín de 12 o 13 años
(!!!!).
A nosotros nos
encantó el desierto en Wadi Rum, los tonos rojizos del “wadi”, el valle del
centro, y de las montañas rocosas que lo rodean. No es el desierto “tópico” de
arenas amarillas, pero es una variante tan maravillosa e impactante como la “tradicional”
que siempre imaginamos al oir la palabra “desierto”.
Aparte, los
colores vibrantes a las horas de la
tarde en que hicimos el paseo en jeep, resaltaban las formas, las luces y las
sombras del recorrido.
Visitamos el Arco
Pequeño, el Cañón Khazaly y la Gran Duna. En el Cañón, las inscripciones rupestres están en un estrecho pasadizo entre las paredes de unas grandes
rocas, un paraje fresco y agradable en mitad del desierto.
Después, el
Starlingth Camp, también nos pareció bonito y agradable: la gran tienda
restaurante, las tiendas privadas y los servicios comunes. La puesta de sol, la
cena tradicional guisada bajo el suelo, la “shisha” posterior, la noche en la
tienda privada, la salida del sol y el desayuno posterior.
El único
inconveniente lo descubrimos despues: picadas en el cuerpo que demostraban la
existencia de pulgas (u otros insectos). ¡Menos mal que fueron desapareciendo
al día siguiente!
Pero la imagen de
los camellos en el desierto y, concretamente, la manada atravesando el
campamento, incluidas la cría lactante, no se nos olvidará nunca.
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